sábado, 30 de agosto de 2008

Original receta para fabricar recuerdos







Por:



Héctor Augusto Martínez Spota





DEDICATORIA: Si algún paisano Sanandreseño de cincuenta años o más, atina a llegar a este sitio, creo que estas líneas, como a mí, le traerán hermosos recuerdos.



¿ Cómo se fabrica un recuerdo?.



Sistema tradicional:


Se toman cinco sentidos, se alimentarán con todo tipo de vivencias y se almacenan estas a partes iguales en la mente y en el corazón.


Este sistema tradicional hace uso de todos nuestros sentidos y es posible fabricar -generalmente-, un recuerdo agradable.


Como ejemplo, a continuación reviviré uno de mis recuerdos fabricado bajo el sistema mencionado.



¿ Cuantas veces un olor, un color, una textura, un sonido o un sabor abren los archivos mentales y nos llevan a cierta situación en un ayer indeterminado que volvemos a disfrutar como si lo viviésemos nuevamente ?.
En mi caso personal existe - entre muchos otros -, un recuerdo que se aviva en los fríos amaneceres de mi querida tierra y que requiere de la intervención de todos mis sentidos para atraer hermosas vivencias ya lejanas en el tiempo, que me llevan a una infancia que sin duda alguna conforma el más hermoso bloque de mis recuerdos.


En el amanecer de mi pueblo, el primero en activarse es el sentido del tacto, al sentir el frío que cubre todos los poros.


Enseguida, la vista se deslumbra con un cielo intensa y ofensívamente azul; el oído se deleita con los ruidos propios del amanecer de un pueblo; asalta al olfato la pureza del oxígeno, sazonado ténuemente con el humo de olote que proviene de los "Tlecuiles" donde amorosamente - cual si se tratara de una primitiva incubadora -, se desarrollan unas tortillas que al cocerse, también matizan el aire de la mañana y dejan un sabor incitante que estimula el apetito.


La vista se sigue deleitando con el gratuito espectáculo de un volcán cuyas nieves eternas ponen la nota de pureza en un valle verde y oro bañado sin regateo por el sol.


Y todo ello me hace remontar el tiempo y la distancia y me lleva a aquellos ayeres en que, a la misma hora, precedido de nubecillas de vaho, con la nariz roja y la mochila a cuestas, hacía el cotidiano trayecto de mi casa a la escuela.


A pesar de que una inundación producto de una tromba y un posterior temblor cambiaron drásticamente la fisonomía del pueblo, con un poco de imaginación, la escenografía puede ser la misma.


Me parece ver a "El Chuzo" regateando las tarifas de lavandería con un cliente ante la "virtuosa" mirada de su cónyugue.


A Esthercita "La Coreana", barriendo afanosa su banqueta.


Toña, en su esquina regando impresionantes cantidades de agua con la absurda pretención de dejar la banqueta, además de limpia, reluciente.


Más adelante, siempre conforme se caminaba hacia el Oriente, teniendo como fondo de referencia en primer plano las torres de la parroquia y al fondo, impresionantes, el volcan y la Sierra Negra, observo a mi abuelo parado a la puerta de aquella su hermosa y señorial casa.


Pasos adelante el concierto ensordecedor en el Parque de los Cedros, donde se daban cita cenzontles, cardenales, gorriones y muchos solistas más.


Luego de atravesar el parque y descendiendo otra escalinata me parece ver a Don Rachid a las puertas de su almacén vigilando el curso del comercio donde desplegaba sus ires y venires el activo Goyo.


Carlos Mercado y la viuda de Arias en una muda competencia comercial, decorada con miradas retadoras.


Trinidad Vazquez subiendo las cortinas de su tienda.


Más adelante, la motocicleta de Emilio, imán de las miradas de la chiquillería y su viejo Oldsmóbile a la entrada de su taller de bicicletas y enfrente, las hermanas Gómez resguardando con la misma intensidad su virtud y las bicicletas de alquiler preferidas por la chiquillería.


El profesor Murad y el Licenciado Marquez, dos personajes de muy grata memoria, dirigiéndose con prisa, el uno al Centro Escolar; el otro a su bufete.


En su gasolinera, Don Blas Ruiz quejándose perpétuamente de "lo mal que van las cosas, coño ".


El Doctor Vazquez recibiendo a los primeros pacientes.


Vicente Cano, fornido, colorado y con mirada adusta, vigila la calle, en tanto que enfrente, José Islas atiendd a los primeros "crudos" de la mañana con sus mezcolanzas dudosamente "puras" a saber: Tejocote, membrillo y algunos licores de marca.


En plena esquina, la viejita de los "huesitos y las pepitas"; en su rostro, cada arruga guarda el recuerdo de un chiquillo que nunca pagó su deuda; personaje del cual nunca supe el nombre, pero cuyas delicias degusté miles de veces.


Al llegar a El Santuario, el toque de llamada a misa nos permitía calcular el tiempo de llegada a la escuela.


Siguiendo la ruta, el delicioso olor del pan recién horneado por los Machorro estimulaba la salivación.


En la esquina de su casa, Gustavo Sandoval padre, entre nubes de tamo de maíz, apremiaba a sus cargadores y desde ahí se empezaba a escuchar el rítmico martilleo de los marmoleros esculpiendo sus lozas sepulcrales, aderezando el concierto con ocasionales " ¡Ah, chingao !", producto de algún martillazo en el dedo.


En la esquina y "como alma que se lleva el diablo", La Rana salía destapado a clases.


Por fín, frente a nosotros aparecía la mole querida e imponente del Centro Escolar.


Centenares de chiquillos entre nubes de vaho nos arremolinabamos frente a la puerta resguardada por el robusto Manuel, a fín de entrar antes de que el disco del órgano de Ken Griffin sonara.


Dentro de aquellos queridos muros, muchos otros recuerdos se fabricaron, sin embargo, el lote que plasmaré en estas líneas se acaba en este punto.


Mis cinco sentidos terminan ahí uno de sus viajes en un retroceso de cuarenta años, en solo quince minutos; bendito sistema de transporte sin aglomeraciones y en asiento de lujo, que no me ha costado más que un poco de concentración y algunos minutos de mi tiempo.


Si mis aguas, mis refrescos y mis variados negocios me lo permiten, en otra escapada mental plasmaré alguna de las muchas historias de la época escolar que guarda mi muy personal archivo.


Escrito, para mi querida hermana Elsa (QUEPD) , en el hermoso y lejano Distrito Federal a los diez y seis primeros días del nuevo milenio (2001)-


Cualquier comentario se agradecerá al e-mail: hectorams@gmail.com




2 comentarios:

Anónimo dijo...

felicidades

Hector Augusto Martinez Spota dijo...

te flicito por tu forma de relatar pasajes de nuestra infania
Lic. Melquiades Morales