martes, 19 de agosto de 2008

El parque de diversiones


Por:

Héctor Augusto Martínez Spota


En días pasados tuve la fortuna de encontrar, precísamente en un gran parque de diversiones ubicado al Sur de la ciudad, a mi estimado maestro y amigo don Indalecio Caraveo de la Cadena. Su presencia me llamó la atención no por el hecho en sí de encontrarlo, sino por el sitio en que nos hallábamos, donde más esperaba encontrar a jovenes padres con sus hijos y no a un venerable señor de casi ochenta años (aunque bien mirado, yo tampoco soy un pollo y también me encontraba en ese lugar).

A pesar de su avanzada edad, don Indalecio todavía se precia de tener una vista y reflejos excelentes y quedó demostrado siendo él quien me identificara de entre la multitud que abarrotaba el centro de diversión.

Me acerqué a saludarle porque, si bien es cierto que nos separan muchos lustros, ello no ha sido obstáculo para que hubiésemos cultivado una amistad que viene de mi época de estudiante, cuando el se desempeñaba como maestro de Latín y Griego en la preparatoria.

¿Qué hay Don Indalecio, experimentando emociones fuertes?, le dije.

Al reconocerme exclamó:

No hjjo, qué vá, aquí no existen las emociones fuertes.

A lo más que se acercan es la a pequeños sobresaltos sin consecuencias.

¿Como es eso?,- pregunté.

Y señalándome la banca que se encontrabna a nuestras espaldas me invitó a sentarme para continuar diciendo:

-A lo que viene la juventud, como mis nietos, a quienes acompaño este día a este parque de juegos mecánicos, es a excitar un poco su secreción de adrenalina; tal vez a dar salida a sus emociones encapsuladas mediante los clásicos gritos; a gozar un poco de la velocidad y a adquirir mareos sin consecuencias como, caso contrario, pueden ser aquellos que derivan de una borrachera que les intoxica o de un embarazo no deseado que les condena a problemas por el resto de sus vidas.

Pero de este tipo de sensaciones, a las verdaderas emociones fuertes, hay un abismo.

En tanto vigilaba de lejos a mis hijos y sus acompañantes, seguí indagando más acerca de lo que me quería decir mi octogenario maestro y amigo, preguntando:

-A ver, Don Indalecio, como que no capto la cuestión.

Como no captabas nunca las raíces Griegas allá en la prepa, ¿verdad?.

Bueno, me defendí, eso era otra cosa, Don Indalecio.

Eso era lo mismo de siempre, repuso con la energía que yo ya conocía, que a pesar de ser tan inteligente, no ponías la atención suficiente y ahora que eres Abogado te has de hacer unas bolas que ¡Dios guarde la hora!.

Bueno, repuse molesto, pero estamos hablando acerca de que esto, dije señalando a los juegos mecánicos, no representan emociones fuertes.

Mira, repuso, para hacer más comprensible lo que trato de decir, te voy a poner ejemplos. ¿Ves aquel aparato que está al frente?

¿El cíclope?.

Ese mismo.

No es comparable la emoción que produce, al hecho de subirte a un autobus urbano operado por un mozalbete irresponsable, tal vez drogado y que no sepa manejar, en su recorrido de las tres de la tarde.

Aquello si que es un zarandeo terrible, y a diferencia de estos aparatos que tienen una supervisión mecánica constante, a los autobuses urbanos no llos revisa el mecánico hasta que se les revienta el motor o les truena la suspensión, con volcadura incluída y su cauda de heridos y hasta muertos en ciertas ocasiones.

Ahí si se arriesga la vida a cada minuto; o bien, ¿ves qué concurrido está ese otro juego?.

¿Los carritos chocones?.

Asi es.

Se vé que la gente que los aborda nunca se ha subido al tren ligero de la ciudad; ese si que es un aparato chocón y no es comparable el choque de estos pequeños automóviles, con el impacto del convoy con su saldo de daños físicos y materiales.

Mira aquel aparato- dijo señalando al Voo Doo (se pronuncia Vudú)- la gente se apretuja contra las pareces y los asientos y todavía se rien. Pero eso no es nada como abordar el metro en hora pico y en alguna estación de transbordo. Ahí si que te mueve la propia gente, te obligan a abrazar a quien no quieres, te practican desde masajes corporales hasta exploraciones proctológicas y te llevan de un extremo al otro del carro casi en volandas, con el riesgo permanente de que te saquen en plena marcha por alguna ventanilla. Eso sí es emoción pura.

En este lugar todo mundo se asombra de la experiencia que viven en la "Casa de los Espantos". ¡Inocentes!, se vé que nunca han tenido que recibir un citatorio de la Secretaría de Hacienda y comparecer luego a aclarar tal o cual saldo que existe en tu contra por supuestas infracciones a las leyes, reglamentos, decretos, disposiciones, memorandums y enmiendas que ni los propios empleados, funcionarios, subsecretarios e incluso el propio señor Secretario (con todo respeto), entienden.

Comparecencias que siempre se desarrollan bajo el manto de amenaza de cárcel, multas, sanciones y creo que hasta el destierro, guillotina, grilletes o patíbulo para el supuesto infractor. Esa también es una forma sublimada de emoción.

¿Y qué dices de aquel que está al fondo?, dijo señalando al Kilawea.

Los pobres incautos que lo abordan piensan que la velocidad de escape del aparato es lo máximo que se puede experimentar.

No saben lo que es llegar a cualquier Tesorería del D.D.F., a preguntar por su saldo por concepto de impuesto predial.

Tu llevas en mente un saldo, digamos, de quinientos pesos.

Una señora gorda que se protege detrás de un mostrador, después de una espera interminable desciende de su pedestal para atenderte y a quien el enorme chicle que rumia le impide darse a entender correctamente, luego de consultar tru saldo en la pantalla, te escupe sin miramientos la frase:

¡Mffftos pesos!.

¿Queeee?, preguntamos al no entender la cifra expresada.

La dama en cuestión se pasa el chicle a algún departamento de reserva en su boca, que solo los burócratas parecen tener y repite exasperada:

¡Cinco mil ochocientos pesos!. ¿Qué....está sordo?.

Y si tu estás sordo, ahora te quedas paralítico por la sorpresa.

Luego de tomar oxígeno para recuperarte, vuelves a la carga y preguntas:

"Señorita (¿algún día lo sería esta cacatúa?), ¿no habrá equivocación con mi saldo?.

¡Nnnnnguna!... ¿ o qué?, ¿duda de nstrosss rgistross?, responde tajante y agresiva la gorda como fiera en celo, volviendo ahora el chicle a su posición original.

El reparo que te provocó la noticia imprime más velocidad a tu cuerpo que el famoso aparatito que te he mencionado y el temor a ser mordido por la gorda a quien para efecto de ubicación llamaremos "Miss Grrr", se equipara a cualquier zoológico con fieras sanguinarias.

¿Tengo o no razón?..

Y ahora, dijo consultando su reloj, voy en busca de mis nietos a ver si comemos algo y agregó guiñándome un ojo:

Un reto no comparable a comer tacos en cualquier paradero del metro; ahí si que vives emociones intensas, entre los perros que te rodean y los que te estás comiendo.

Y lo observé despedirse con la mano en alto, en tanto pensaba para mis adentros: Como siempre, Maestro, usted tiene la razón.


NOTA.-

Artículo publicado en "Sonrisas en el Tiempo" y en Chispazos de humor, Editorial K chivaches. Edición dirigida por la Lic. Giuliana Martínez Cruz. .

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