miércoles, 20 de agosto de 2008

Entrevista con un fantasma







Por:
Héctor augusto Martínez Spota

Como parte de un trabajo encomendado por las H. Autoridades del D.D.F., en días pasados acudí al Panteón Civil de Dolores a realizar una verificación sobre los sistemas de seguridad en el famoso cementerio.
¿Qué medidas de seguridad ameritan quienes ocupan el lugar?.
Eso es harina de otro costal; el caso es que se me dió la orden y como no está la cosa como para despreciar un sueldo, acudí al sitio.
Sin embargo, otras tareas previas no permitieron que estuviera en un horario oportuno, por lo que mi llegada al lugar se produjo aproximadamente a las diez de la noche (con esto, de paso queda demostrado, que soy muy trabajador).
Recorrí la barda perimetral sin que pudiese observar algún peligro ni para vivos ni para muertos y acto seguido, me introduje al panteón.
Adentro, salvo uno que otro fuego fátuo, que no representa de manera alguna riesgo de incendio, no pude apreciar situación peligrosa perceptible.
Estaba llenando el formato DDF198478567-M8765, (informe de riesgos en áreas del DDF), cuando un señor correctísimo, vestido todo de negro se me acercó y preguntó curioso:
¿Eso qué es?.
Con toda urbanidad le contesté que se trataba de un informe de riesgos en el cual asentaba en esos momentos mi opinión de que no existía riesgo alguno en el lugar.
¿Se preocupan tanto por los "fiambres" en la actualidad?.
Me chocó que se refiriera a los que ya nos habían abandonado como "los fiambres", pero aún así accedí a dar la respuesta.
No es por los restos mortales, le dije, sino la seguridad en sí del sitio para quienes lo visitan.
Y usted- interrogué a mi vez-, ¿qué hace a esta hora en este lugar?. ¿No le da miedo?.
Me causa mas pavor cualquiera de sus microbuseros que este santo cementerio, donde hay una paz permanente contestó.
Además - agregó-, yo no "vine". Yo "habito" aquí.
¿Es usted el velador?.
No, señor. Yo "era" comerciante.
¿Era?.
¿Y ahora, qué es?.
Ahora soy un fantasma, para servir a usted.
¿Un fantasma?.
Si, señor. Un auténtico, real, positivo e intangible fantasma.
Fulgencio Rondón Estebanillo, a sus órdenes.
Vió el asombro reflejado en mi rostro, lo cual le indujo a continuar.
"Vivo....bueno, permaneazco aquí desde el año 1900.
Y ¿qué le obliga, dije conteniendo mi cierta aprensión, a continuar en este lugar?.
Esto - repuso-, es un castigo.
¿Y por qué y quien lo castigó?.
Levantó su mano derecha y señalando hacia arriba con el índice agregó:
"El Patron".
Me invitó a sentarme en una de las lápidas que decía:






Juan Pérez Cotija



1878-1925



Descanse en paz






Pidiendo una disculpa por anticipado a don Juan Pérez Cotija, me acomodé lo mejor que pude y me dispuse a escuchar lo mucho que tenía por decirme mi reciente etéreo amigo.
Verá usted, como le decía, yo en vida fuí comerciante y me dediqué a lucrar despiadadamente con el pueblo.
Encarecía los alimentos, los ocultaba y así logré amasar una cuantiosa fortuna que no pude disfrutar, desgraciadamente, porque antes de hacerlo fuí llamado a cuentas, dejando todo mi capital en manos de mi viuda, que sí empezó a darse la gran vida después de las restricciones a que la tuve sometida siempre.
¿Y cuando terminará su castigo?
Eso solo lo decidirá -señalando nuevamente hacia arriba con el índice: "El Patron".
Tratando de cambiar de tema pregunté:
¿Y qué cambios observa, de aquella ciudad donde usted vivía, con la actual?.
Todos los cambios -repuso presuroso-, desde la pérdida absoluta de las buenas costumbres, el cambio en los hábitos de vida, el crecimiento desproporcionado de esta, que era tan bella ciudad, hasta el nacimiento y proliferación de artilugios para matar que cualquier usa ahora impúnemente.
¿A qué artilugios se refiere?.
A los que ustedes llaman automóviles, con todas sus variantes de: particulares, de sitio, peseros, microbuseros, autobuses, tren metropolitano y demás, independientemente de sus repartidores de pizzas, tintorerías, pollerías, refaccionarias, etc.
Todos ellos -dijo resumiendo-, son armas letales al alcance de cualquier mortal.
Y sobre los cambios en las costumbres, ¿qué diferencias observa?.
Básicamente se ha perdido el trato respetuoso entre amigos, familiares, conocidos o desconocidos.
En mis tiempos, se conquistaba a una dama con finura, con delicadeza y hasta me atrevería a decir, con arte.
Actualmente se le conquista con ruidos ensordecedores, con piropos que más parecen insultos y palabras saturadas de intenciones obscenas.
En cuanto al trato entre amigos, se perdió aquel trato amable solo reservado para las personas que se estimaba.
Antes, más o menos esta era la plática de un grupo de jovenes amigos:
"Mira Rafaelito, sobre lo que mencionas, estoy en desacuerdo en que las tandas del Principal sean exposiciones pecaminosas.
Entiendo que hay momentos en que se exceden un poco en el contenido de los parlamentos y que hay algunas tiples y vicetiples que enseñan hasta un poco arriba del tobillo, pero finalmente no se lesiona la moral y escuchamos diálogos picantes , pero dentro de los marcos de moral que exige nuestra sociedad.
Este mismo diálogo, trasplantado a la época actual, se desarrollaría más o menos de la siguiente manera:
"Mira güey, según lo que dices, no creo que las canciones chidas de Molotov se manchen.
Total, en la calle o en tu cantón no falta el güey que te la miente y estos por lo menos lo hacen con música".
Y si a las chavas no les gusta, pus allá ellas, total con que nos guste a los de la onda gruesa, es suficiente".
¿Entiende ahora lo que trato de decir?.
Hasta en sus gobernantes se han deteriorado las costumbres.
¿Ah, si?, contesté.
Y -acto seguido-, apresuré: ¿podría poner un ejemplo?.
En mi época, Don Porfirio0 imprimía austeridad, decoro y porte a todas sus acciones, aunque una de estas fuera ordenar el destierro al Valle Nacional de un grupo de infelices.
Cuando participaba en una ceremonia, su sola presencia infundía respeto.
La multitud -que por cierto lo admiraba- no existiendo el odio generalizado contra su persona, como dicen los actuales redentores de su generación-, presenciaba en silencio y respetuosa la ceremonia escuchando en todo momento sus palabras. Estas siempre eran medidas y certeras, dichas con objetividad fuera del tema que fuera.
En la actualidad, sus políticos se presentan a ceremonias solemnes vestidos de manera informal y aun con prendas deportivas, restando seriedad al evento de que se trate.
La etiqueta ha caído en desuso y si se trata de discursos oficiales, se perdió aquella finura retórica de que se hacía gala.
En algunas ocasiones se llega inclusive al albur, que en mi epoca estaba circunscrito a la gleba y al ambiente de las pulquerías.
Hay políticos que basan sus alocuciones en comparaciones frívolas entre ciertas alimañas y la especie humana lo cual, a todas luces, resta seriedad al gobernante que, carente de argumentos inteligentes, busca de estas argucias para congraciarse con el pueblo.
Qué vá de aquellos sobrios discursos, en comparación con la desastrosa especie de oratoria que actualmente utilizan sus lamentables gobernantes.
Y para muestra basta un botón, dijo mi fantasma amigable (y no se trata de Gasparín).
Vamos a poner por caso que se inaugura un tramo de calle.
Si estuviésemos en la época de Don Porfirio, el discurso sería de la siguiente manera:
"Tengo el honor de declarar inaugurado este tramo de calle, que representa el avance en materia de dignificación vial que vive en la actualidad nuestra gran urbe; obra realizada con el esfuerzo del gobierno y la participación de ustedes.
Señores ciudadanos, que ustedes lo disfruten.
En la actualidad, el mismo discurso, además de durar aproximadamente dos horas, a lo largo de las cuales el público empezaría a roncar sentados o parados en sus lugares, daría inicio de la siguiente manera:
Compañeros y compañeras, amigos y amigas, ciudadanas y ciudadanos, niños y niñas, chiquillos y chiquillas:
El gobierno del cambio ha realizado esta obra que representa en sí, la tumba de las odiosas tepocatas, víboras chirrioneras, viudas negras y otros animalejos que tanto daño hicieron al pais.
Nos comprometimos con ustedes, de llevarnos al triunfo con su voto libre, secreto, razonado y efectivo, a mejorar las condiciones de vida de nuestros electores y aquí estamos, haciendo gala de hechos, no de proyectos, de realidades, no de sueños. . . . . . . . . .
Y así por el estilo, dos horas más.
Y como ese caso, todo ha cambiado. ¡Bueno, hasta el ejercicio de la medicina.
En mi época los médicos eran respetados y de su persona se desprendía un aire de sapiencia cuyo efecto inmediato era que el enfermo sintiera una súbita mejoría.
Su auscultación era cordial, humana, gradual y meticulosa e iba desde el escuchar el efecto de algunos golpes sobre diversas zonas del cuerpo, hasta la escucha del funcionamiento de los órganos internos.
Generalmente, el diagnóstico era acertado y solo se prescribían los medicamentos necesarios para restablecer la salud del paciente, no para enriquecer a nadie.
Aquellos médicos cobraban unos honorarios bastante conservadores y cuando el paciente no podía pagar en efectivo lo hacía en especie, bien fuera con una gallina, un conejo, un guajolote, una carga de maíz o frijol, etc. Y a partir de esa cura vivía eternamente agradecido al facultativo.
En la actualidad, un médico más parece un jugador de tennis que un salvador de vidas y aquellas auscultaciones personales han desaparecido para dar paso al entubamiento de los más sofisticados aparatos, similares a cámaras de turtura.
Las visitas a domicilio han quedado para la historia con el nacimiento de cientos de consultorios ultramodernos y grandes hospitales con tarifas que, de no estar preparado el paciente, de pilón le ocasionan un infarto o por lo menos un ataque de nervios (el cual , por supuesto también le será atendido por los especialistas correspondientes sobre tarifas realmente espeluznantes).
Por otra parte, los diagnósticos derivados de la experiencia clínica y el conocimiento profundo de la profesión han desaparecido, dando lugar a innumerables estudios radiológicos, de laboratorio, de ultrasonografía, medicina nuclear, etc., al final de los cuales, como antaño, de todas maneras el paciente muere, a veces por la enfermedad, o bien por el impacto sicológico de las abultadas cuentas de hospital, laboratorios, medicos, enfermeras, etc., y en ocasiones debido al ajetreo propio de tantos estudios, pero con la diferencia de que ha representado un mayor gasto, engordando los bolsillos de médicos, radiologos, propietarios de laboratorios y hospitales, etc.
En cuanto respecta a los medicamentos, por ejemplo, la gripa que antaño se controlaba y combatía con dos medicamentos, ahora se ataca con siete u ocho logrando con ello no precísamente sanar al paciente, sino enriquecer aún más a los laboratorios transnacionales que se han apoderado del mercado, intoxicando de paso al paciente creándole nuevas enfermedades.
Negocio que dá negocio, ni más ni menos.
Y a la vista de todo eso, se me antoja injusto que me tengan castigado por mis acciones en vida, que son verdaderas niñerías comparadas con lo que hacen en la actualidad.
Es más, las mentiras patológicas de un político actual, la receta de cualquier especialista o los precios que los comerciantes imponen a los productos básicos, causan más daño que el que yo pude causar en mi tiempo.
¿Está usted de acuerdo?.
Tiene razón -repuse-, ¿Y por cierto, cual me dijo que era su nombre?.
Aún cuando ya se lo había dicho, no se si por los nervios lo olvidó o estoy ante un caso de demencia senil precoz, pero repito: me llamo Fulgencio Rondón Estebanillo y quedo en esta eternidad para servir a usted, agregó.
Espero, repuse ya para despedirme,que no sea muy en breve que me tenga que servir, sin embargo también quedo a sus ordenes y cuando me asalte alguna duda sobre las diferencias del ayer al hoy, o simplemente cuando tenga el deseo de entablar una plática con un amigo despojado del mezquino interés humano, por aquí vendré a molestarle.
Recuerde -me dijo finalmente-, que solo espanto de diez de la noche a cuatro de la mañana.
Lo tendré en cuenta, repuse y me alejé del lugar pensando si este episodio también tendría que registrarlo en el formato: DDF 0198478565-M-8765 de reporte de riesgos, duda que hasta la fecha me asalta y en ocasiones no me deja dormir.

(Publicado en Sonrisas en el tiempo, Ed. Kchivaches y en la revista Vida y Nación)
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