viernes, 12 de septiembre de 2008

Un viejo amor

Por:



Héctor Augusto Martínez Spota.


Buenas tardes, Don Emilio, ¿ cómo van los males ?.
Bien, Don Leopoldo, dijo un vejete cuyas arrugas semejaban el directorio telefónico de la ciudad de México visto de costado - y agregó-: Hoy al despertar, solamente me dolían los riñones, el hígado, el bazo, la columna y los juanetes.
¿ Y con todas esas dolencias dice que amaneció bien ?.
Por supuesto - repuso el interrogado -, ayer me dolían todos los juanetes y además de la columna, el hígado, los riñones y el bazo, también me molestaban los pulmones y el corazón, sin olvidar mi permanente ataque de migraña y la gastritis medicamentosa que me agobia.
¡ Caramba !, dijo Don Leopoldo, es usted el sueño ambulante de cualquier médico que se respete y que, naturalmente, cobre por consulta, porque lo que son los del IMSS, ISSSTE, SSA, y demás simpáticas siglas, como viven del puro sueldo, a esos ya no les atrae nada, como no sea la hora de la salida, la entrega de aguinaldos o los aumentos que graciosamente les consiguen sus líderes sindicales, aduciendo siempre la mejoría en la calidad de la atención.
Qué quiere, Don Leopoldo, a nuestra edad cualquier ligero bienestar, es un verdadero triunfo y la satisfacción de haber rescatado horas, días, semanas, meses o años, el pellejo de las garras de "la huesuda".
Aquí Don Emilio se vió interrumpido por un violento acceso de una tos cavernosa, producto sin duda, de algún deficiente o nulo funcionamiento bronco pulmonar, fenómeno que capéo a lo largo de dos minutos y que, según se puede observar, no había sido reseñado por Don Emilio al inicio de la plática.
Sin embargo -prosiguió sonrojado y lacrimoso por el acceso -, ninguno de mis "leves" achaques me impide que siga viendo a la vida con optimismo, que respire y me embriague con el aire de la mañana; que me sienta fascinado por un día soleado, por el canto de un jilguero, por la baja prometida en el precio de los productos básicos y por un soleado atardecer; por la majestuosa música del aire entre las ramas y que el amor todavía hierva en mi interior con ardores de Popocatépetl.
Al decir esto, Don Emilio trató de contener el acentuado temblor del brazo izquierdo, "Mal de Parkinson" que dirían los estudiosos; "Mal de San Vito" que decía mi abuela.
Y es de hacer notar, que tampoco "este ligero achaque", había sido enumerado por Don Emilio.
Se refiere usted, repuso Don Leopoldo picado en la curiosidad, sin duda alguna al amor a la vida, a la naturaleza o a la familia, ¿no es así ?.
¡ Por supuesto que no !, cortó rotundo Don Emilio al tiempo que se reacomodaba en la silla acometido de la comezón-ardor de sus hemorroides.
Me refiero al amor entre un hombre y una mujer, al amor entre sexos opuestos, que todavía no evoluciono tanto como para cambiar mis tendencias o preferencias en este aspecto -, ¡ vamos !, , me refiero al amor carnal, al que hace hervir la sangre, al que se alborota con la llegada de la primavera, al que llena a los jovenzuelos de granos, al que provoca el suspiro y las ganas de hacer versos, aunque no se sepa leer ni escribir. A ese amor me refiero, Don Polo.
¿ A su edad ?- exclamó asombrado Don Leopoldo.
¿ Qué tiene que ver el amor con la edad o la edad con el amor ?.
¡ Hombre, pues tiene que ver exactamente todo !, contestó terminante éste.
Pues difiero de su punto de vista y en mi particular opinión, detalles más, detalles menos, no tiene que ver absolutamente nada, repuso enfático Don Emilio.
Y continuó: En mi bastante autorizado criterio, el amor es la completa afinidad de dos caracteres diferentes en usos, costumbres, hábitos y conductas, todo lo cual no significa necesariamente que su presencia o comportamiento se rijan por el número de orgasmos que experimenten los recipientes de ese sentimiento.
Si así fuera, me hubiese referido a la relación sexual, concepto, mi querido Don Leo, que en ningún momento he tocado en esta plática y que en los hechos creo difícil vover a tocar algún día.
Es en esa diferencia semántica -dijo, haciendo la precisión con el índice en el aire -, en donde radica la diferencia; una diferencia que significa la distancia entre una relación amorosa estable, o una relación de cuernos y todos esos adornos capilares tan de moda en nuestras domésticas telenovelas.
Don Leopoldo, que por otro lado no era precísamente un pollo ya que rebasaba la marca de los 65 años, se sintió vívamente interesado en la cuestión, lo cual le indujo a profundizar en el punto.
Me va a decir, Don Emilio, que a su edad y con el bien surtido repertorio de achaques que ha ido acumulando, ¿ todavía siente ímpetus de tenorio ?.
Y de Barba Azul, Romeo, Casanova, Lopez Portillo y Menem unidos, ¡no faltaba más !, repuso el carcamán.
Don Leopoldo se removió inquieto en su improvisado sillar, no se sabe si también por algún padecimiento de hemorroides y reemprendió el ataque.
Y si es lícito saberlo, ¿ cómo le hace a su edad para enamorar a una mujer más joven; digamos a una dama de 40 años, que tendría 30 menos que usted y sobre todo, ¿ cómo la convence para aceptar sus requerimientos amorosos ?.
Don Emilio se tomó su tiempo para contestar, se miró las uñas de la mano derecha, con la siniestra se mesó el cabello y repuso:
Mire Don Leo, a mi edad no necesito ni de la retórica, ni de la poesía, ni de la inspiración, ni de la piel planchada, ni de exhibiciones atléticas, ni de juventud, para acabar pronto.
Para llegar a una mujer que me interese, únicamente necesito echar mano del idioma universal que desde siempre se ha usado por toda la humanidad y con ello asunto arreglado.
¿ Se refiere usted al esperanto, Don Emilio ?, dijo Don Leo con infinito y exquisito candor.
No, Don Leo, ¡ Despierte !.
El único idioma universal que ha existido y seguirá existiendo, es el del dinero, el billete, la pachocha, la billetiza, los pápiros, en fín en sus diversas denominaciones de 5, 10, 20, 50, 100, 500 y 1000 y sus equivalentes en cheques con cuentas sólidas girados contra cualquier banco, o bien la especie denominada cheques de viajero que surte, definitivamente, los mismos efectos.
La única estrategia posible a nuestra edad, es echar mano de la cartera o el talonario de cheques y ahí empieza algo que podríamos llamar romance.
Y agregó: ¿ que usted o la dama se aburren el uno del otro ?, pues simplemente dejan de aparecer la cartera o el talonario y aparecen solo mis achaques y de esa manera, sin peleas, discusiones, sustos ni sobresaltos, acaba el temporal romance a lo largo del cual ambos salimos beneficiados y tal vez dentro de muchos años nos recordemos hasta con ternura al revivir los tiempos buenos vividos en común.
Y ahora, Don Leo, me va a disculpar, pero tengo una cita que promete mucho y mire- dijo mostrando una abultada cartera-, aquí llevo mis versos, mis palabras melosas, mi cuerpo atlético y todas las armas necesarias para la confrontación.
Y quitándose el sombrero añadió cortes: Que usted la pase bien.
Luego de despedirse del singular conquistador, Don Leopoldo analizaba lo dicho por el vejete.
Se miró frente al aparador de una tienda, logró su aprobación personal y comentó para sí mismo; "Definitivamente estoy mucho mejor que Don Emilio".
Y de esa manera, a solas, llegó a estar de acuerdo totalmente con la forma de pensar del carcamán.
Se prometió al día siguiente, si sus reumas y demás achaques se lo permitían, poner en acción tan singular procedimiento.
Candidatos no le faltarían.
Empezó a repasar la nómina de sus empresas, a sus conocidas del vecindario y hasta a la familia más o menos lejana, tratando de enfocar su actividad al dia siguiente.
Este pensamiento pareció inyectarle nuevos ánimos y emprendió a pié el regreso a su casa a paso muy vivo, al tiempo que silbaba una canción popular cuya letra inicia:
" Dicen que soy mujeriego ".

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